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«Nunca fui una madre tan perfecta como antes de tener a A.», dijo mi amiga L. el otro día en una comida. Y me resonó profundamente. Después de la experiencia de parir, la vida te pega un manotazo extra de humildad en el que tienes que agachar la cabeza y decir: qué atrevida e ignorante era antes de verme metida en «todo esto». Qué fácil opinaba, qué fácil juzgaba, qué bien organizada tenía la vida después de que naciera Violette. Y el mismo día del parto, cuando se apagaron las luces del hospital y me dispuse a dormir, la peque empezó a llorar y yo estaba tan confundida y no podía darle al botón de Off y en ese momento entendí que a partir de ahora ya todo iba a ser impredecible, que eso de: ya lo pensaré mañana, iba a ser más un: ya lo pensaré dentro de una hora cuando me despierte para dar la teta otra vez y se tire dos horas chupi chupi (como decían en una tira cómica de Malena que me hizo mucha gracia). Me dio un bajonazo al mismo nivel que el subidón que sentía y esa montaña rusa de hormonas, emociones, sufrires, alegrías…me lleva siguiendo desde hace casi un año, dónde todo lo que hubiese podido imaginar o visualizar siempre es distinto, sobretodo más despeinado, cansado y ojeroso, aunque la mayoría de las veces mucho mejor de lo que hubiese predecido. Dónde íbamos a la playa con el cuerpo recuperado, descansados, guapos y con una niña divina y rolliza, vamos despeinados, hechos polvo, con el culo caído, cargados de trastos, pañales, sombrillas…saltando por la arena ardiendo con una niña en brazos que ese día se ha negado a desayunar. Que no le de el sol, que se traga toda la arena de la playa, que el agua está muy fría, que demasiado rato, que hay que echar la siesta, que es la hora de su comida…Y un sinfín de novedades más que se pierden cuando la metes en el agua y no para de reírse. Ella es feliz, nosotros somos felices. Cargados de trastos y cansados. Pero felices.
Bañador: Modcloth (ahora mismo de rebajas al 30%)
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