Pienso en un amor tan y tan grande que cuando abraces a ese ser querido de tan fuerte que es el abrazo lo terminas ahogando.
El impacto del parto y nacimiento de Violette has sido tan fuerte para mi que ha puesto mi vida y emociones patas arriba, Tanto amor que notas como se te ensancha el pecho y a la vez se te encoge por el miedo. Siempre el miedo. Este miedo que me ha provocado cinco semanas de estado de alerta permanente que me han impedido descansar y han terminado con mis fuerzas y mi paciencia. Todo está bien, todo está bien, todo está bien…
Y la duda, pero era un blanco fácil de las «talibanes de la crianza natural» como dice Jordi. Quise hacerlo tan bien y he estado tan vulnerable que he sido una diana enorme para toda clase de «consejos» y lecciones. Tanto, que uno llega a perder el instinto y ya no se atreve a hacer nada por miedo a…, en nombre del amor a…
Mi relación con Violette es como mi relación de pareja: mía y de ella y de nadie más. Yo soy su madre y esa es su circunstancia. No estaría bien que intentara ser otra persona por «hacerlo bien» o «mejor», los niños desmontan todo aquello que no es auténtico. Ella ha nacido aquí, con esa madre que es cariñosa y un poco o muy loca, que es creativa y a la vez se aburre como una ostra, que disfruta del campo y los cerezos y de una tarde de compras, que se ríe por todo y llora por nada, que ama a los perros y detesta el viento, que adora vestirse, los vestidos y la ropa pero puede pasar 3 días en chándal y con pelos de loca. Esa es la que debo ser, esa es la que grita por salir y esa es la que ha elegido Violette. Y esa soy yo después de haberme criado con chupete, andado con taca-taca, dormido sola en un moisés…
Violette despierta amor en todos y, aunque por separado, ha unido a mi familia de nuevo. Y es tan dulce que todos la vemos dentro de un tiempo, cuando en el pueblo le digan : ¡Violeta!, ella responda en catañol:
– Me digu Viulet.